Un libro y un aeropuerto en EE.UU. Así fue cómo cambió mi vida para siempre

No soy de los que creen que un libro puede cambiarte la vida, pero sí que puede ayudar a cambiarla. Y eso fue lo que me pasó hace ya más de 12 años en el aeropuerto de Seattle, cuando de casualidad encontré el libro «Getting Things Done». ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiera comprado?

Aeropuerto de Seattle

Aunque de refilón he hecho mención a ello en muchas ocasiones, me he dado cuenta que hasta ahora nunca había contado la historia de cómo ocurrió. De cómo descubrí este mundo de la Productividad Personal, y por qué decidí dedicarme a divulgar sobre ello.

Ya va siendo hora de contarlo, ¿verdad?

Un Periodo Personal oscuro

En aquella época yo era alto directivo de Márketing de una empresa que tenía operaciones en más de 20 países, que cotizaba en la Bolsa Londres, y que se movía en un sector muy explosivo (SMS, servicios móviles, aplicaciones…). Así que te puedes imaginar el tipo de trabajo que tenía: gran responsabilidad, muchos viajes, diferentes países y culturas, montones de proyectos a la vez, muchas personas, muchos frentes… mucha presión. Y cada vez más.

Como nadie me había enseñado a trabajar (y yo tampoco me molesté en aprender), yo me enfrenté a esa situación como la mayoría: con ganas y pasión (traducido: echando horas y más horas). Jornadas larguísimas en la oficina que luego se alargaban fuera de ella. Raro era el día que no trabajara de noche y por supuesto en fin de semana. El trabajo a deshoras se convirtió en mi única forma de sacar adelante las cosas.

Y mi trabajo se complicó más. Horas y más horas. Urgencias cada dos por tres. Montones de Reuniones. Millones de Correos. Más nuevos Proyectos y nuevos frentes. Más Urgencias. Reuniones vía Skype. Viajes. Citas. Comidas. Cierre de Contratos. Más Correo. Más Reuniones (insufribles). Y por el camino más horas.

La repetición de malos hábitos y malas elecciones terminó por cobrarse su peaje. Mucho.

Mi desconocimiento (que no incapacidad) para manejar esa situación y las exigencias de mi trabajo, empezó a pasarme factura. Recorté tiempo de mi ocio y tiempo libre. A lo bestia. Nunca llegaba a desconectar de verdad, así que mi Descanso no era Descanso. Era un sucedáneo que no me daba lo que necesitaba: empuje, creatividad, capacidad…

Dormía mal y poco. Llegaba el lunes agotado. Empezaba el día con la cabeza embotada. Combatía la falta de energía a base de cafés y Red Bull. A menudo estaba irascible, me faltaba chispa, no tenía foco y mi mente no estaba todo lo afilada que necesitaba. Pero eh, el trabajo «salía adelante» y ganábamos montones de dinero. Así que en algo merecía la pena… ¡Tenía un sueldo espectacular! (¿en serio merecía la pena?).

La situación fue a peor. Y me empecé a preocuparme en serio. Me encantaba mi trabajo pero me veía incapaz de manejarlo. Estaba desbordado. Fue la primera vez que me di cuenta que una persona, en realidad, tiene dos trabajos a la vez: una cosa es el trabajo y otra cosa la gestión del trabajo. Y yo NO sabía gestionar mi trabajo.

El descontrol, la improductividad y el caos siempre van a más. Nunca se arreglan solos.

Y había otra cosa más que me desesperaba: a mi lado tenía compañeros, incluso con más trabajo, que sí podían manejar todo lo que les rodeaba.

Eso me deprimía más, y me envolvía en preguntas como:«¿Por qué ellos sí y yo no? Si trabajo tanto o incluso más. ¿Son sencillamente mejores que yo? ¿Es que yo no valgo para un puesto así? ¿Qué estoy haciendo mal o qué me falta? ¿Necesito un ordenador nuevo?»

¿Causalidad o Casualidad?

¿Por qué ocurren las cosas en la vida? ¿Por qué se cruzan ciertas personas? ¿Por qué te encuentras ciertas cosas que en otros momentos no significarían nada?

No suelo ponerme trascendental pero a veces es imposible no hacerse estas preguntas.

Eran las 18:00 de un día frío de finales de Noviembre y yo regresaba en avión de Seattle a Londres. Se avecinaba un vuelo largo (9h-9:30h) y no había perspectivas de dormir mucho. «Bueno en British Airways suele haber buena colección de pelis».

Miré mi reloj y me quedaba tiempo de sobra para el embarque. Así que puse a deambular por los pasillos enmoquetados del SEATAC. Y me topé con el típico kiosko-librería que uno puede encontrar en cualquier aeropuerto del mundo. «¿Película y libro? Bueno… a ver si encuentro algo ligero para leer».

Empecé a curiosear las cubiertas, los lomos y las contraportadas. Y de repente lo ví: «Getting Things Done: The Art of Stress-Free Productivity».

No era la primera vez que oía ese título pero no sabía exactamente lo que había detrás. Más que el «Getting Things Done» me atrapó el «The Art of Stress-Free Productivity».

Mentiría si dijera que en ese momento dije «aquí está la solución a mis males». Para nada. Lo compré impulsado por la curiosidad y la aceptación del que nada tiene que perder.

No leí. Sino que Pensé

Como no era una novela, quería poder tomar notas sentado, así que esperé a estar cómodamente sentado para empezar la lectura.

Ya en la pista de despegue me lancé a la lectura. Y ya desde las primeras palabras me atrapó. Porque me sentí identificado. Los minutos y las horas pasaron como si nada. Y mientras sobrevolaba el Atlántico lo leí entero. De punta a punta. Incluso algunas partes las releí varias veces.

Pero no sólo leí. Bolígrafo y libreta en mano hice algo que hacía años que no hacía: pensé. Empecé a pensar en lo que hacía pero sobre todo en cómo hacía las cosas. En mi trabajo. Pero también en la vida.

El libro actuó como un espejo frente al que comprobé lo descolocado que tenía mi atuendo. «¿Por qué hago esto? ¿Por qué empiezo por aquí? ¿Por qué organizo mi agenda así? ¿Por qué no llevo un control de tareas mejor? ¿Por qué manejo las fechas tan a la ligera? ¿Por qué no reviso y planifico? ¿Por qué voy por detrás de las cosas en lugar de ir por delante?»

No sé cuántas veces me pregunté «¿por qué?». Pensé. Reflexioné. Analicé. Visualicé. Sin prejuicios y sin miedos. Tampoco con falsas esperanzas. Porque veía que lo que proponía el autor me iba a costar mucho. Pero tenía que intentarlo…

Un libro. Toneladas de Cambios

El libro, naturalmente, nada hizo por sí sólo. Pero sñi hizo algo: me puso en marcha, que es lo que necesitaba. Y algo más importante: me apuntó hacia la dirección correcta, que es lo que necesitas más cuando estás tan perdido como yo lo estaba.

Pero no empecé a lo loco. Me tomé mi tiempo.

Aunque mi situación de saturación y desesperación no había cambiado (incluso era un pelín peor), quería hacerlo bien. Porque tenía la sensación de que esa «guía» tenía muchas respuestas reales a problemas reales que me estaban ahogando.

Ya «en tierra», hice una segunda lectura más pausada del libro. Tracé mi plan. Lo dibujé literalmente en una gran pizarra de pared. Y me puse en marcha con los cambios. Poco a poco, sin forzar, pero con absoluta convicción, sin vuelta atrás. Y creo que esa combinación funcionó.

Mentiría si dijera que vi resultados de la noche a la mañana. Pero sí que los vi relativamente rápido. Y eso me dio confianza. Seguía «emponzoñado» en mi miseria de reuniones, correos y urgencias. Pero cada semana y cada mes había algo distinto que había impulsado yo.

El libro de David Allen no salvó mi culo. Pero ayudó a cambiar el rumbo de mi vida.

Pasados unos seis meses, calculo, la mejora era evidente. Había muchos problemas y el trabajo seguía igual de retorcido o incluso más. Nada que me sorprendiera, porque tenía muy asumido que el trabajo nunca va a mejor. Lo que sí era diferente era yo: mis nuevos hábitos me habían hecho mejor frente a ese trabajo. Y ahora lo manejaba mejor.

¡Había aprendido a gestionar mi trabajo!

Con el tiempo seguí sumando cambios y nuevos hábitos. Leí otros libros y otros autores. Me interesé más y más por este mundo de la Productividad y Eficacia Personal. Llegaron más cambios y nuevos hábitos que fueron moldeándome más y más. Y descubrí que esta herramienta (que es lo que es), servía para tapar mis carencias, completarme y hacerme mejor.

Y en el 2008, después de un inacabado pero MUY feliz camino, decidí que necesitaba compartir esto con otras personas. Sentía la necesidad de hacerlo. «Si estas nuevas fórmulas de trabajo me han ayudado tanto… ¿no habrá otras personas tan «hambrientas» como yo? Y además luego está mi experiencia: he creado empresas, dirigido muchos equipos, trabajado en otros países… creo que puedo aportar algo a otros».

Y fue cuando, desde este mismo blog, empecé a compartir contigo ideas de productividad. Luego vendría mi primer libro, mis otras publicaciones y sobre todo los cientos de cursos, seminarios, talleres y conferencias que he impartido hasta hoy.

Un libro y un aeropuerto en EE.UU. Así fue cómo cambió mi vida para siempre. ¡Gracias!


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