Hoy en día somos víctimas de la saturación. Decimos «sí» a casi todo y en nuestra vida personal y profesional, y también en nuestra actividad digital no hemos aprendido a fijar límites. La consecuencia es que queremos leerlo todo, queremos suscribirnos a todo, queremos instalarlo todo, queremos entrar en todos los sitios.
Nos asusta perdernos cosas en Internet y Redes Sociales. Y si vemos que no podemos hacer lo que el de al lado, inmediatamente nos agobiamos por ser menos, por no estar a la última, por no ser capaces de llegar a todo. Y esto se aprecia mejor en la actividad digital:
«¿No has visto el último correo que ha enviado Juan?»
«¿Has podido ver el artículo que te recomendé el otro día?»
«¿Todavía no tienes esta aplicación en el móvil? ¿Y a qué esperas?»
«Tienes que seguir a este tío. Es buenísimo y te partes con él».
«¿Has visto la que se ha liado en Facebook con mi último comentario?»
A la saturación se llega por el abuso.
A muchas personas les encanta «picotear» en un montón de sitios en el mundo digital, revolotear saltando de un sitio a otro, de aplicación en en aplicación, haciendo “tap” en este icono, “clic” en esta otra pestaña… Y por si eso fuera poco en el mundo real saturan su agenda con actividades y tareas basura para así hacer muchas cosas. «Si disparo a todo lo que se mueva seguro que acierto».
Este es el camino más directo y rápido a la improductividad, la desorganización y la incapacidad. Y otras cosas incluso peores, como la mediocridad o el estrés.
Con mucha frecuencia escucho esta frase: «Yo es que ya no veo la tele» ¿Seguro? Internet es la nueva televisión. Es posible que no veamos cuatro horas al día la vieja caja tonta, pero tal vez lo hacemos peor. Porque entre ordenador, tableta y teléfono móvil, desde primera a última hora, sometemos a nuestra mente a un embotamiento brutal.
Los límites no son prohibiciones. Son un sinónimo de prioridades. Y tus prioridades te hacen más libre.
Un profesional saturado no para de recibir “inputs”. Ve, escucha y hace tanto, y a todas horas, que todo le parece importante. Y si todo es importante… al final nada es importante. Y esa saturación no solo es una palabra llamativa sino un problema con cinco efectos:
- Menos capacidad de concentración en momentos en los que lo necesitas
- Mayor dificultad para analizar, interpretar y ver oportunidades.
- Menos Tiempo, Energía y Atención para invertir en las verdaderas prioridades y los grandes objetivos.
- Más desgaste diario sin resultados, aunque tú creas que has hecho mucho.
- Más prisas, estrés y ansiedad por intentar abarcar todo.
Es imposible llegar a todo. Hay que elegir.
Tiene que haber límites. Sin ellos sólo hay desbordamiento, mediocridad y frustración. Y cuando esa mediocridad afecta al líder, de rebote la paga también todo su equipo y su proyecto.
Pero «fijar límites» no suena bien, no tiene buena fama. Sugiere prohibición; también sacrificio, abnegación, y sobre todo algo que hoy en día nos parece imperdonable: perdernos cosas que pasan.
¡Por supuesto que te perderás cosas!
Y no pasa absolutamente nada. No, mientras tengas claro lo que quieres, y mientras estés enfocado en lo que buscas. Esas líneas que te hacen decir «hasta aquí y no más» te dan claridad, visión, capacidad. Y algo sagrado que veremos en el siguiente apartado: Atención.
Los límites no son prohibiciones. Son un sinónimo de prioridades. Y tus prioridades te hacen más libre.